EN
PUEBLA DE SANABRIA, MERCED AL LOBO
Yo
no conocía Puebla de Sanabria y curiosamente fue el lobo quien me trajo hasta
aquí. Él sigue siendo invisible para mí, pero si no hubiera ido a su encuentro
en la cercana Sierra de la Culebra, donde habita, seguramente no me habría
allegado hasta esta localidad y me hubiera perdido todo su encanto.
Nos empingorotamos en un castillo que, a su
vez, corona la villa. Subimos escaleras y escalones, nos acogemos a salas y
habitáculos de piedra que a saber cuánta historia encierran; expandimos la
vista desde miradores techados, incluso satisfacemos nuestra curiosidad ante un
retrete de otra época, aledaño a una gran sala.
Nos sumergimos en pasados siglos antes de
salir al aire libre del adarve a hacerles guiños a las nubes. Abajo, se alejan
los cuatro puntos cardinales. El horizonte pone a prueba la mirada, sólo
quebrado en lontananza por montes de lomos suavemente curvados. Recuerdo a
nuestros pies el azul de un río de aguas sin prisa, sobrevolado por puentes, contorneado de árboles que, en ausencia del viento, que hoy no sopla, se dirían
pintados. Y edificaciones nuevas levantadas extramuros, como para no hacer un feo al casco histórico de la ciudad.
Alcanzar la fortaleza nos ha supuesto trepar
por una empinada avenida, que de vez en cuando abandonamos, para adentrarnos en
un sinfín de callejuelas transversales. Ralentizamos la ascensión y, a la par
que nos concedemos un respiro, admiramos un entramado de intenso sabor antiguo.
Son vías estrechas, como para dificultar el asentamiento del frío o el calor
extremos, o por que necesiten sentirse cercanos sus vecinos. Apenas hay
viviendas, siempre de piedra y pocas alturas, que no tengan balconadas o
galerías desde donde ver y ser visto, y a
cada paso tiestos y jardineras con flores
llaman a los ojos a disfrutar. En ocasiones, fachadas de más porte
presumen de hidalguía con escudos nobiliarios ya pretéritos.
En la cima del cerro cuyas laderas escala el
pueblo, nos aguarda una iglesia de portalada románica. Su torre campanario
exhibe en la altura grandes relojes. Ahí dispuestos, parecen una advertencia
del tempus fugit y recordarnos
nuestra propia finitud. Un ayuntamiento porticado la acompaña, y una y el otro,
auxiliados de casonas blasonadas, dibujan los laterales de la plaza Mayor. En su
proximidad, los muros, matacanes y troneras del castillo completan
plásticamente la cúspide de la pirámide social, que no en vano están todos
ellos tan arriba.
Qué sitio más bonito, y yo sin catarlo hasta
ahora… Al lobo ausente se lo debo…
Pues no conozco Puebla de Sanabria. He pasado por las afueras del pueblo, camino de León, ya no recuerdo desde dónde, pero en el pueblo no he estado y, si te digo la verdad, tampoco imaginaba lo que cuentas. Lo creía más moderno, con menos historia.
ResponderEliminarA ver si ahora, que también me ha llegado la jubilación, me tomo unos días para acercarme.
Un beso.