“El viaje a los
cien universos”,
de María Toca
Me gustan esas novelas a cuyos protagonistas
siento que podría tropezármelos cualquier día, tal ha sido el acierto con que
han sido creados que los tendría por personas. Los conozco bien, porque me ha
sido dado asomarme a su vida y a su mente. Sé de su carácter, sus pensamientos
y valores, su relación con los demás, sus reacciones. Tampoco se me escapan los
contextos que habitan.
Viene a cuento esta digresión porque termino
la lectura de “El viaje de los cien universos” y constato que Clara Pacheco es
uno de esos personajes. Trae consigo, además, un entorno de gentes, pero
también de situaciones históricas oportunamente aludidas, que en alguna manera
la influyen y explican el mundo en que se desenvuelve: la España de posguerra y
segunda mitad del siglo XX. Nadie es sin
su circunstancia, tampoco en esta ficción.
Merecen la pena las descripciones de esta
obra por su precisión, aunque a mí me llamen más la atención cuando evocan impresiones
o percepciones sensoriales. En cuanto a los personajes, no se detiene María
Toca en el aspecto exterior, ni relata desde fuera, como podría si adoptase el
papel de mero testigo de los hechos. Estamos ante una novela introspectiva, de
narrador omnisciente, que ahonda minuciosamente en caracteres y sentimientos:
de la protagonista sobre todo, pero también de quienes van surgiendo en su periplo vital. Estos aportan, por otra parte, una visión particular
de ella, lo cual amplía su caracterización.
El viaje de los cien universos
da cuenta de la historia de una ambición o, lo que en este caso es lo mismo, de
una superación constante, de una búsqueda que no detendrá a Clara Pacheco hasta
alcanzar lo más alto, con una infancia humilde en una apartada aldea cántabra
como punto de partida. Me resulta llamativa su capacidad para aprovechar
cualquier oportunidad que se le presente, que no le llega porque sí, sino
porque va a por ella. En ese camino con iniciales e importantes renuncias
afectivas que no parecen afectarla, se procurará apoyos de hombres y mujeres
que vayan facilitándole la subida de peldaños. He creído ver en su forma de
actuar con los demás lo que llamaría un cierto desapego sentimental, que no
lleva necesariamente aparejado el desentendimiento. Hay excepciones donde sí
manifiesta un profundo cariño, como la relación especial que mantiene con el viejo
maestro don Justo o con el torero Morenito de Córdoba. Llamativos me han
resultado también, en este sentido, los reencuentros con personajes de su pasado, aunque en los casos más trascendentes no se produzcan a iniciativa
suya.
La estructura de la novela es en general
lineal, cronológica. Y digo en general porque solo avanzado el relato cede ante
otro argumento, con una coprotagonista venida de un ayer que Clara Pacheco ha
dejado muy atrás, y que se intercala en el guion principal, transcurriendo en
paralelo. Desde mi punto de vista, constituye un acierto ese desdoblamiento. En
primer lugar, porque evita la reiteración del mismo esquema narrativo, ya que en un momento dado se le presenta a la protagonista otra persona importante de
sus primeros años, sin que por ello se altere la unicidad de la trama. Y, sobre todo,
porque da pie a conocer con mayor detalle a este nuevo-viejo personaje. Encima,
se aumenta la tensión dramática a ojos vista. Sabemos que el desenlace se
aproxima y percibimos que algo va a tener que ver en ello la confluencia, por
lo demás anunciada, entre las dos historias.
No terminaré esta reseña de “Viaje a los
cien universos” sin aludir a un detalle que, pese a su importancia, no he
citado hasta ahora y que no habrá pasado desapercibido. ¿En qué ha triunfado
Clara Pacheco? El mundo de la cosmética y el embellecimiento de la mujer (del
hombre en mucho menor grado) es el ámbito donde obtiene el éxito. Poco -y me
parece que exagero en mi conocimiento al utilizar ese adverbio- sé yo de ese
universo. Y, sin embargo, esta novela ha prendido mi interés. Mayor elogio no
le puedo hacer.
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