ADIÓS
Todo comenzó cuando mi padre, maestro como
mi madre y como su propio padre, me preguntó qué quería estudiar. Yo, aunque
por aquel entonces distaba de saberlo, estaba ya cautivado por la magia de las
palabras y le contesté que ingeniero de caminos. Él me habló de lo que me
gustaba la lectura, de mi afición por escribir y actuar. Parecía un diálogo extraño
en el que los dos no habláramos de lo mismo, pero yo entendí muy bien lo que
quería decirme y además seguí su consejo y fui profesor de lengua y literatura.
Y hoy, más de cuarenta años después, volvería a hacerlo.
Pero me toca, nos toca hoy, decir adiós.
Viene uno, a la compañera y amiga Gloria
también le pasa, ya muy despedido. Primero fueron los alumnos de primero de
bachillerato. Uno me dejó escrito: “Gracias por enseñarnos a disfrutar de la
literatura”; y otra, más farandulera, me recomendaba que aplicase en el día a
día de la jubilación “la frase que tú (o sea, yo) nos enseñaste, Carpe diem”.
Los de segundo me pidieron que, en su ceremonia
de graduación, les dijese unas palabras, y al final del acto salí con la sensación de que habían sido ellos
quienes me habían homenajeado a mí.
Y estuvieron, en fin, los de teatro, los de
nuestro colectivo de dramatización. Ya sin clases ni exámenes, se concertaron,
luego lo supe, a través de sus redes sociales, y, por medio de esa megafonía
que en tantas ocasiones los había convocado a ellos, me llamaron a que acudiera
al aula de ensayos. Mis “calamidades”, como ellos mismos se autodenominaban adjudicándose
el calificativo que a veces cariñosamente les había dirigido, no querían dejar
que me fuera sin su recuerdo. Incluso se permitieron enriquecer mi fondo de
armario con este jersey rojo que ahora luzco.
Me han devuelto el afecto que les entregué.
Nunca he pensado en la enseñanza como la mera ocupación de un espacio desde el
que impartir conocimientos y disciplina. Cierto que les he exigido esfuerzo y
dedicación y que he intentado que aprendieran y fueran siempre a más. Pero
también he querido ver en ellos las personas que son y hasta he disfrutado de
su espontaneidad y su sinceridad, de sus ganas, de ese ser siempre joven que me
devolvía mi propia juventud.
¿Qué deciros, en fin, a vosotros, conserjes,
profesores, limpiadoras, secretarias? He hecho grandes amistades en el
instituto en estos años cántabros, me he sentido muy bien acompañado en el
último tramo de mi quehacer profesional.
Gracias por haber aguantado una actividad incesante, incluso a menudo
participado de ella: ¡Si hasta llegasteis a actuar, en número de veinte, como
fondo humano de La pequeña cerillera, y
vestidos de época! Al lado de preocupaciones compartidas por el trabajo, ¡qué
buenos ratos hemos pasado juntos! Hablo, claro, de quienes llevan (o llevaban)
tiempo en el centro, pero también la cordialidad de los más jóvenes me ha
alcanzado. A todos os llevo en la memoria, ahora que mi vida laboral concluye.
Me voy como llegué, peleando, si entonces
era porque estaba todo por hacer, ahora para que no se destruya lo conseguido
con tanto esfuerzo. En ese camino, seguiremos encontrándonos.
(Palabras que no leí, y sin embargo
llevaba escritas, en la comida de despedida
del instituto el 27 de junio de 2012).
Nos hubiera gustado escucharlas entonces y nos encanta leerlas ahora. Nos vemos en el camino.
ResponderEliminarQué gusto da leer lo que escribes, Juan!
ResponderEliminarTe seguiré de cerca.