martes, 6 de noviembre de 2012


PLASENCIA, EVOCADA

Suele suceder los días de sol.
   A veces experimento la sensación de que no dejé Plasencia, es más, me da la impresión de que seguiré allí para siempre. En tales momentos me vienen a la mente, sin orden ni concierto, quizás por lo poético de sus nombres o por el encanto de su trazado, la calle Blanca, las del Sol y el Verdugo, la Rúa Zapatería, el Cañón de la Salud o el Resbaladero de las Capuchinas. Entonces es como si emprendiese un paseo ideal y fragmentario, hecho de retazos.
    En ese vagabundeo por los recovecos de la memoria, me detengo de cuando en cuando a admirar el detalle que descubría antaño en un monumento y que se me había pasado por alto en otras ocasiones. Pueden ser las cinco rosas en el escudo que corona el balcón partido de la casa del Deán o el pensil que llama a la mirada desde lo alto de los muros del palacio de Mirabel. Tal vez sea el abuelo Mayorga, que amaga con tocar las campanadas en la torre del Ayuntamiento, o el atrevimiento de un relieve de la sillería del coro de la catedral nueva.
   Ante  la fachada plateresca de ese templo me veo haciéndome de nuevo la pregunta de siempre, por qué estarán vacías sus hornacinas, qué pasó con las imágenes que debían albergar, y una vez más me propongo consultarlo a algún erudito local. No muy lejos, la casa de las Dos Torres me devuelve a la magia de los cuentos, cuando contaba a mis hijas que esa era la mansión de Blancanieves y ellas jugaban a creerlo. Y en la plaza Mayor vuelvo a ser uno más entre los que desde hace siglos acuden a Los martes  en procura de alguna fruta u hortaliza, o cualquier producto artesanal, si no es por el mero placer de sumergirse en una estética de colores y de formas.
   Con la ciudad, me asomo, en el parque de la Isla, al río Jerte, que viene de un valle de cerezos y cede a la tentación de acercarse, tal vez por capturar alguna imagen en el reflejo de sus aguas antes de perderse camino de su destino.
   Si apetezco de una vista panorámica, subiré a lo alto de las murallas o a la ermita de la Virgen del Puerto, y me sentiré, si es primavera o verano,  uno de los cernícalos primilla, cigüeñas o   vencejos que cruzan el  azul. Como ellos, en el fondo continúo allí o, mejor dicho, esa ciudad que ha de placer a Dios y a los hombres como reza en latín la leyenda de su escudo, forma parte de mis hechuras,  como recuerdo vívido, como emoción que se mantiene en el alma.
   Y es que ya lo decía Lope de Vega en uno de sus sonetos, dedicado al amor:”Quien lo probó, lo sabe”.
      

2 comentarios:

  1. Buen intento,sin duda, pretender con el engaño de la distancia no reconocer que se mueve usted entre los muros de tan bella ciudad ,es más, dudo que jamás se hubiese marchado...sino ,¿De qué tanta certeza?.
    Su casa, sus recuerdos, los pasos de nos dejó cual estela de noble experiencia como amante de las letras y aquellas miradas perdidas en algún lugar mientras impartía docencia siguen intactas aquí.
    Gracias por recordar cuan afortunados somos y lo mucho que aún nos queda por disfrutar de nuestra ciudad, nuestra casa, nuestra vida. Un abrazo cíclico, que en tiempos de frío viene de perlas.

    ResponderEliminar
  2. Como placentino en el "destierro" hago mías todas las palabras escritas en este artículo. Que fortuna tener a una persona, que como yo, tiene a esta hermosa ciudad siempre en su memoria, y que además sabe reflejar muchas de sus virtudes con tan bellas palabras. Gracias Freire.

    ResponderEliminar