martes, 11 de junio de 2013

BUFIDOS DE MAR

No se trata propiamente de un camino, ni siquiera es una senda. Guía nuestros pasos la vegetación hollada por quienes nos han precedido, ligeramente aplastada por sus huellas anónimas. Marchamos en fila india, cuidando de no salirnos de la estrecha franja de hierba pisada, fuera de la cual los cardos silvestres amenazan con dejarnos un recuerdo doloroso. La silueta de Beatriz y la mía dibujan su peregrinaje sobre un fondo de mar y azul. Bordeamos acantilados de una profundidad a la que solo pone límites el Cantábrico. Muy abajo, en el roquedo se adivinan oquedades como heridas, fruto de un combate de siglos entre el agua y la piedra.
   Vuelvo la mirada a tierra y no sé qué me maravilla más, si el estruendo que llega  a mis oídos o la imagen que se revela a los ojos en esta tarde de primavera. Remeda el sonido el resoplar de un animal fabuloso, tal vez el de un gigante desmesurado. Y a su compás se dibujan en el aire figuras enormes, hechas de bruma. No son géiseres, sino ecos de mar, que emergen del suelo y se alzan hacia el cielo, como empeñados en alcanzarlo.
   Menos mal que es pleno día. En la noche, acaso pensara que he venido a dar, en mi vagabundeo por la costa oriental de Asturias, a un lugar mágico, poblado por extrañas criaturas. Con luna llena, se me aparecerían, dispersas por las campas, como fantasmas blanquecinos que probaran a asustarme con sus bramidos y se diluyesen luego, dejando en el aire un sabor a misterio y a sal.
   Son, por sus bufidos, los bufones, disfraces de un océano que, impulsado por la marea, socava el acantilado y recorre cuevas profundas, para emerger luego a la pradería a través de chimeneas subterráneas, ya transfigurado en vapor y ruido.
   Para que nada falte a este paisaje encantado, se abre lo que a primera vista llamaríamos lago. Nada es aquí, sin embargo, lo que parece. Una mirada atenta nos descubre enseguida, en su lado más próximo al mar, un puente natural, bajo el cual se va o se viene la marea, sin que, empero, baje tanto que lo deje en seco, como si guardase para sí, y al tiempo ofreciese al visitante, el incentivo de un secreto.  
   Después de poneros la miel en los labios, no quisiera que os quedaseis sin probarla. Está este paraje muy cerca de Belmonte de Pría, no muy lejos de Llanes. Preguntad por los Bufones, y no os alleguéis mucho a ellos. Las cavidades de las que surgen podrían ser para vosotros sumideros.
   Id cuando haya pleamar y oleaje.

1 comentario:

  1. Un amigo me hace notar que Belmonte de Miranda, que citaba al final de este artículo, está muy alejado del paraje que describo. Debería haber escrito Belmonte de Pría, que es el cercano a Llanes y a los Bufones. Siento haber confundido ambos topónimos, pese a conocer los pueblos que nombran. Por supuesto que en el texto ya aparece rectificado.

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