sábado, 20 de julio de 2013

UNA ESTÉTICA DE LA SOLIDARIDAD:
TRES PORQUÉS PARA “UN MORO FRENTE A MÍ, EN EL ESPEJO” * (I)

Hace unos años tan solo, nosotros éramos ellos, lo que ellos son ahora. Todavía es posible recordarlo, situarse de nuevo en el andén del ferrocarril o en el espigón de un muelle: verlos atestados de gente con el desamparo reflejado en el gesto y el vestuario. Cada uno era una historia que se rompía. Atrás iban a quedar el pueblo, el paisaje natal, la familia de la que se desgajaban. De ese mundo solo los acompañaban la nostalgia o la memoria, y los pocos útiles que cabían en una maleta de cartón o de madera. No sabían leer en su propia lengua, lo ignoraban todo del país foráneo; hechos en general a la vida del campo, nada conocían de la ciudad, aun de la próxima, mucho menos de las extranjeras. E incluso así, subían a los trenes, embarcaban en buques, marchaban lejos. Los empujaban, a partes iguales, miseria y esperanza. Estoy hablando de la década de los 50, de la de los 60; de España como punto de partida, de Europa, acaso América, como final de trayecto. Solo en el territorio de la Comunidad Económica Europea de entonces trabajaban, en 1970, un millón de españoles.
   Algo nos impide, aún hoy, olvidar aquellas biografías. Siguen presentes, porque están inacabadas: las continúan en nuestro tiempo personas de otras geografías, con diferente cultura o tonalidad de piel, pero con el mismo, o mayor, desvalimiento. Nuestro pasado aflora en el gesto cansado de los magrebíes que malviven en los secaderos de tabaco; en la angustia que, ante la proximidad de la policía, tensa las facciones del centroafricano que vende baratijas; o, peor aún, en los ojos infinitamente abiertos de quienes se ahogan en el Estrecho de Gibraltar. Tampoco a ellos les llevó a abandonar su tierra la codicia o el afán de gloria, sino la necesidad que, sin el recurso al eufemismo, se llama hambre.
   Debería resultarnos imposible vivir como ajenos sufrimientos que todavía ayer nos fueron propios. Sin embargo, no falta entre nosotros quien opone el desprecio a la acogida fraternal: ignora, tal vez, que al hacerlo escupe situado frente a un espejo.


* Escribí este texto –y las dos entregas que seguirán- en 1998, como parte de las notas introductorias al montaje teatral “Un moro frente a mí, en el espejo”, obra editada por el CPR de Plasencia. Han pasado 15 años y nos zarandea una crisis que ha sustituido a la bonanza económica de entonces. Si nos golpea a nosotros, imaginad a ellos, inmigrantes. También en tiempo de dificultades conviene tener claras unas cuantas  verdades. Aunque solo sea para evitar que paguen justos por pecadores. 

1 comentario:

  1. Estoy contigo. Los emigrantes, que llegaron como mano de obra necesaria para labrar nuestros campos, amasar nuestras obras, cuidar a nuestros mayores las 24 horas del día, están teniendo que regresar forzosos. Una forma de echarles es la negación de la tarjeta sanitaria.Una medida legal del PP desde septiembre 2012, contraria a todo derecho humano.

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