sábado, 5 de octubre de 2013

LAMPEDUSA, EUROPA

“Las venas abiertas de América Latina”, tituló Eduardo Galeano una inolvidable trilogía suya. Imposible, sin embargo, no pensar también en África estos días, si de sangrías se trata. Ya sabéis: de 500 inmigrantes que pretendían alcanzar la isla italiana de Lampedusa, unos 200 se ahogaron y a 150 se les da por desaparecidos. Es el último episodio de una contabilidad siniestra, a la que no son ajenas nuestras costas.
   Se le quedaron cortas a Larra las palabras, cuando decía que escribir era llorar. A una inmensa tristeza, se suman la indignación y la vergüenza. Los ojos se me humedecen, también, de rabia y de impotencia, mientras tecleo estas líneas.
   Eran eritreos y somalíes. Puede que cueste situar esos países en el mapa del continente negro. Hay lugares que solo salen del anonimato a costa de dramas como este, aunque su mera existencia sea, de por sí, una tragedia.
   Eritrea y Somalia están lejos del puerto libio de Misrata, que fue donde embarcaron rumbo hacia la muerte. Eso habla de un largo camino por territorios desconocidos, sorteando peligros, venciendo agobios. ¡Qué gente más extraordinaria debían de ser!
   “Niños, había tantos niños...”, cuenta El País que lamentaban, estremecidos, quienes veían un cuerpo sin vida tras otro. Y mujeres embarazadas, y jóvenes... “El mar está lleno de muertos. Venga aquí a mirar el horror a la cara. Venga a contar los muertos conmigo”, decía la alcaldesa al primer ministro italiano. Y no es la primera vez que recrimina a las autoridades. Ante anteriores naufragios, preguntaba a los dirigentes de la Unión Europea: “¿Cuán grande tiene que ser el cementerio de mi isla?”.
   Algunos supervivientes denuncian que tres pesqueros pasaron de largo ante su barco incendiado. Y es cierto que nada puede justificar ese desentendimiento, pero ¿qué decir de la existencia de una ley que, en Italia, ha supuesto el procesamiento de pescadores que salvaron vidas humanas, acusados de complicidad con la inmigración clandestina?
   Ahora, los políticos culpan a las mafias que trafican con los sueños de tantos africanos, a la falta de control de ese flujo migratorio en los países implicados... De lo que no dicen nada es de incrementar las ayudas al desarrollo.
   Es como si no tuvieran nada que ver sus condiciones de vida para que millones de personas emprendan estos viajes sin retorno. O como si nuestro continente pudiera lavarse las manos, mirar hacia otro lado, no considerarse parte del problema, después de lo que secularmente ha hecho y hace todavía en África.

    Europa, Europa, con tanto muerto al hombro, qué mal se anda, que diría nuestro Antonio Machado…

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