miércoles, 9 de octubre de 2013

MAYORÍA ABSOLUTA

La altanería del PP no tiene límite, pero sí un origen: su mayoría absoluta en el Parlamento. Un poco de vergüenza sería, sin embargo, lo menos que se podría pedir a quienes la alcanzaron con un programa que contradijeron nada más llegar al Gobierno. La mayoría absoluta no era para hacer lo que están haciendo, en muchos casos lo contrario de lo que prometieron. Es más, si se celebrasen ahora elecciones, a tenor de las encuestas y a lo que cualquiera observa, sería sumamente dudoso que obtuvieran el mismo o parecido número de diputados.
   Y sin embargo, utilizan su posición como patente de corso para actuar como les viene en gana.  Lo mismo imponen proyectos de ley sin atender objeción alguna, que evitan dar las explicaciones que se les piden. Lo suyo es una especie de rodillo que todo lo lamina y hace tabla rasa de los puntos de vista ajenos. Los pactos y negociaciones, la consideración de otras opiniones, las concesiones para alcanzar acuerdos, tan consustancial todo ello a la  democracia, están fuera de lugar en su forma de proceder.
  Se diría que no entienden que no se debe legislar solo para los afiliados, sino para el conjunto de la población, diversa en sus concepciones y sensibilidades, que no se borran de un plumazo, solo porque un determinado partido obtenga la mayoría en las Cortes. A mi modo de ver, la calidad democrática de una fuerza política no radica únicamente en cómo accede al poder, sino también en cómo lo ejerce.
   Y además, pan hoy, hambre mañana, que enseña el dicho castellano. ¿De qué les vale, por ejemplo, aprobar sin consenso alguno una ley de educación que tiene los días contados, pues buena parte de los demás grupos parlamentarios han advertido que se conjurarán para derogarla en un próximo mañana? Dejar muertos en el camino, no construye futuro, por más mayoría absoluta que se tenga.

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