ANGÉLICAS DE CARNE
Nunca he pensado que, dado su
natural humilde, haya sido mi abuela materna la que bautizó con su propio
nombre este plato, por más que ella lo inventara. Seguramente fue el entorno
familiar quien lo llamó de esa forma, en reconocimiento a su labor.
A la abuela Ángeles le gustaba pintar cuadros y tocar el piano, o sea,
que era una artista, aunque anónima. Pero no abandonaba su creatividad al
traspasar las puertas de la cocina. Y puede que fuera una picadora que había en
esos dominios lo que estimulara su imaginación cuando concibió esta comida. Al
menos eso me agrada suponer a mí, que siempre he sido muy novelero.
Recuerdo ese aparato, que siempre brillaba a la luz del mediodía, posado
como un pájaro en el borde de una mesa blanca. Valiéndose de una manivela
dispuesta lateralmente, movíase todo el engranaje para triturar la carne. Pero
¿qué hacer con tal picadillo?
Se le ocurrió, y no fue mala idea, doy fe, o la daba mi ser de niño,
adobarlo con ajo, perejil y sal machacados en un mortero de madera, y añadir
aún un trozo de miga de pan remojada en leche y exprimida, dos cucharadas de
nata líquida y un huevo batido, y mezclar todo ello a conciencia.
Ideó después introducir esa mixtura en moldes individuales, de metal.
Todavía los estoy viendo, aguardando su momento, todo un ejército de vasitos
alineados, cuyo interior había sido untado previamente de mantequilla.
La cocina era bilbaína, de las de hierro, con unos buenos fogones y
mejor horno. Parecía este último hecho a medida para que fueran a parar a sus
adentros nuestros recipientes con la amalgama antedicha. Expuestos al calor,
irá adquiriendo poco a poco su contenido la tonalidad dorada que advierte de
que está en sazón.
Y una cosa lleva a la otra: desmoldarlos no requiere de grandes dotes de
imaginación culinaria. Tal vez sí, en cambio, elegir la salsa con que cubrir
los pequeños conos truncados resultantes, pues es cuestión en la que se unen
paladar y gusto por el color, si bien he de hacer constar que en mis recuerdos
era la bechamel la preferida (aunque tampoco desentonaría el tomate).
Al degustar estas angélicas de carne, quizás se os
presente una duda. ¿Obedecerá su denominación a la
autoría de mi abuela Ángeles o a que son bocado propio no ya de cardenales,
como reza el dicho, sino de ángeles, dada su exquisitez? En mi opinión, no hay tal
dilema, por resultar ciertas, y por tanto no excluyentes, ambas hipótesis...
Defines perfectamente la historia que envuelve esta receta. Mmm.... creo que la voy a degustar muy pronto.
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