miércoles, 5 de marzo de 2014

VARIACIONES EN TORNO A UNA FRASE OÍDA AL PASO

En las ciudades adonde voy, sobre todo si son del extranjero, y más todavía si están en países fuera de nuestro entorno, me gusta ir siempre a los mercados. Veo qué verduras cultivan o los peces que pescan, las carnes preferidas y las especias con que condimentan sus platos, cómo son las frutas y los panes. Qué comen. También observo a la gente, me fijo en su modo de vender, de comprar, si hacen cola o se amontonan, si son pacientes, si pagan sin rechistar lo que se les pide o bien tienen por costumbre regatear el precio. Y me empapo de olores y colores. Cuando se me escapa esa visita obligada me parece que he regresado a mi cotidianidad sin completar el viaje. Y sin embargo, hoy no hablaré de eso (más de lo que lo acabo de hacer, claro).
   Sí que estábamos aquel día en una plaza de abastos, en la zona asiática de Estambul. Pero lo importante fue la frase que, a nuestro paso ante su puesto, nos regaló un comerciante que publicitaba su mercadería a grandes voces, y que se distrajo en el decir de sus bondades para centrar su atención en nosotros y variar de perorata. Lo que oímos, en un español perfecto, fue: “Entrad sin miedo, que aquí engañamos menos”.
   Todavía sigo dándole vueltas, no al significado, que es bien comprensible, pero sí al sentido de tan original reclamo.
   A primera vista, parece una simple humorada. Previendo que íbamos a pasar de largo, el vendedor se permitía sorprendernos con una broma, a sabiendas de que provocaría unas risas, que lo sacarían a él de su monotonía y le alegrarían, como a nosotros, por un instante la vida. A fin de cuentas, la hilaridad del público es el mejor aplauso para quien cuenta un chiste. Y a nadie le disgusta convertirse, siquiera sea durante unos segundos, en centro de atención agradecida.
   Aunque se me ocurren otras posibilidades. Tal vez fuese su intención buscar, por medio del divertimento, la complicidad, el caernos bien, para que así no se nos pasase desapercibida su tienda. Una peculiar manera de marketing, vamos, que nos obligaría a detenernos.
   Podría ser, pero caben otras interpretaciones menos amables, más intranquilizadoras. ¿No se trataría de una forma de echarnos en cara, de modo jocoso, eso sí, a los occidentales nuestra desconfianza, que siempre pensemos que nos van a timar, sobre todo cuando sabes que debes regatear para adquirir un producto?
    No sé. En cualquier caso, lo que me resulta más improbable es que haya que tomar al pie de la letra ese reconocimiento culposo del engaño, como si el personaje alardeara, como argumento para convencernos, de que estafaba al cliente, pero en menor medida que sus colegas.
   Os estaréis preguntando qué hicimos nosotros. Me acogeré, para responderos, a esa prerrogativa de que gozamos los oriundos de Galicia, que, según prejuicio muy extendido, solemos contestar a una interrogante con otra. ¿Qué queríais que hiciéramos? 

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