MAMÁ
ÁFRICA (11): APRENDIENDO DE LOS BOSQUIMANOS
Estamos
muy dentro del desierto de Kalahari. Hemos pasado la noche en tiendas de
campaña. Confieso que mi dormir ha sido inquieto. De cuando en cuando, me
despertaban voces de hienas o pisadas que no me parecían humanas. Tiene su
morbo saber que no estás solo en medio de este inmenso vacío y que te acompañan
seres en nada tranquilizadores.
Al poco de levantarnos, llegan los
bosquimanos. Son cuatro, tres chicos y una muchacha. Ella se encoge,
como si tuviera frío, y calla. Ellos ríen de continuo, seguramente debemos de
hacerles mucha gracia. Me llaman la atención los numerosos chasquidos que
intercalan en su habla.
Nos echamos a andar tras sus pasos, con la
precaución de no aislarnos los unos de los otros. Pisamos siempre arena y nos
movemos entre una vegetación arbustiva y
dispersa. Escruto cuidadosamente ese entorno, pero no distingo rastro alguno de
vida animal. Me pasa eso por no mirar lo que tengo delante, porque nuestros
guías acaban de localizar unos excrementos que resultan ser de impala y de kudú,
y nos los muestran. Desde ese momento, nos detendremos con frecuencia a leer en
la naturaleza. ¡Vamos a asistir a una clase de botánica aplicada en pleno
Kalahari!
Las grandes hojas de una planta son su papel
higiénico, y de otras, en cambio, transmutados en boticarios naturalistas, se
sirven para curar fiebres, o para bajar la temperatura del agua. Hay bayas que
resultan mortíferas si se ingieren, y no
faltan especies a partir de las que elaboran bebidas que usan como café o como alcohol,
dicen que muy fuerte.
Me asombra el partido que sacan al palo
afilado que portan consigo. Pensé al principio que lo traían como defensa
frente a las fieras. Pero veo cómo se auxilian de él para excavar en la arena
en busca de raíces, o para pelarlas con suma destreza. Precisamente, de la de
un arbusto, que es bulbosa, enorme, obtienen agua, muy útil en tiempo seco,
entre 10 y 20 litros por ejemplar.
El
desierto les provee hasta de sonajeros para los bebés: frutos que, agitados en
el aire, suenan. Y también de paraguas de usar y dejar donde los encontraste. Son
arbustos de follaje espeso, duro, apto para refugiarse en época de lluvias, que
en Botsuana coincide con su verano. Bajo las ramas, tal vez consigan que no se
les moje la bolsa de piel de gacela saltarina donde guardan la carne.
Este de los bosquimanos es, o, ay, quizás ya
fue, un pueblo nómada, recolector y cazador. La naturaleza también les
proporciona sus armas. Vacían una rama y la convierten en carcaj, que cierran
con un testículo de impala. Las flechas las componen de dos tramos, de los que
el mayor se desprende al impactar con la presa, cuya piel sólo taladra la punta
(así impiden que al frotarse contra un tronco o un termitero se desprenda la
totalidad). El veneno lo elaboran a partir de huevos y larvas que deja un
escarabajo en un matorral del que se alimenta.
Llegamos a un claro, donde hay una cabaña
pequeñísima, toda vegetal, con dos huecos diminutos a modo de entradas. Ante
ella nos demostrarán cómo, si se sabe, puede hacerse fuego frotando unos palos
que apenas pesan. Es el remate a esta aula abierta, que ha durado dos horas.
Todo nos lo han ido enseñando en un avance despacioso, que ignora la prisa. De
una forma práctica, sencilla, nos han transmitido conocimientos que ha costado
milenios descubrir. Una sabiduría ancestral que ha hecho posible la vida humana
en este espacio, en principio inhabitable…
Pero....¿estáis allí ahora??
ResponderEliminarNo, fuimos en la 2ª quincena de julio. Pero tomé notas, que me facilitan revivir la experiencia y escribirla. No quiero olvidar África...
ResponderEliminar