lunes, 21 de septiembre de 2015

MAMÁ ÁFRICA (11): APRENDIENDO DE LOS BOSQUIMANOS

Estamos muy dentro del desierto de Kalahari. Hemos pasado la noche en tiendas de campaña. Confieso que mi dormir ha sido inquieto. De cuando en cuando, me despertaban voces de hienas o pisadas que no me parecían humanas. Tiene su morbo saber que no estás solo en medio de este inmenso vacío y que te acompañan seres en nada tranquilizadores.
   Al poco de levantarnos, llegan los bosquimanos. Son cuatro, tres chicos y una muchacha. Ella se encoge, como si tuviera frío, y calla. Ellos ríen de continuo, seguramente debemos de hacerles mucha gracia. Me llaman la atención los numerosos chasquidos que intercalan en su habla.
   Nos echamos a andar tras sus pasos, con la precaución de no aislarnos los unos de los otros. Pisamos siempre arena y nos movemos entre una  vegetación arbustiva y dispersa. Escruto cuidadosamente ese entorno, pero no distingo rastro alguno de vida animal. Me pasa eso por no mirar lo que tengo delante, porque nuestros guías acaban de localizar unos excrementos que resultan ser de impala y de kudú, y nos los muestran. Desde ese momento, nos detendremos con frecuencia a leer en la naturaleza. ¡Vamos a asistir a una clase de botánica aplicada en pleno Kalahari!
   Las grandes hojas de una planta son su papel higiénico, y de otras, en cambio, transmutados en boticarios naturalistas, se sirven para curar fiebres, o para bajar la temperatura del agua. Hay bayas que resultan  mortíferas si se ingieren, y no faltan especies a partir de las que elaboran  bebidas que usan como café o como alcohol, dicen que muy fuerte.
   Me asombra el partido que sacan al palo afilado que portan consigo. Pensé al principio que lo traían como defensa frente a las fieras. Pero veo cómo se auxilian de él para excavar en la arena en busca de raíces, o para pelarlas con suma destreza. Precisamente, de la de un arbusto, que es bulbosa, enorme, obtienen agua, muy útil en tiempo seco, entre 10 y 20 litros por ejemplar.
    El desierto les provee hasta de sonajeros para los bebés: frutos que, agitados en el aire, suenan. Y también de paraguas de usar y dejar donde los encontraste. Son arbustos de follaje espeso, duro, apto para refugiarse en época de lluvias, que en Botsuana coincide con su verano. Bajo las ramas, tal vez consigan que no se les moje la bolsa de piel de gacela saltarina donde guardan la carne.
   Este de los bosquimanos es, o, ay, quizás ya fue, un pueblo nómada, recolector y cazador. La naturaleza también les proporciona sus armas. Vacían una rama y la convierten en carcaj, que cierran con un testículo de impala. Las flechas las componen de dos tramos, de los que el mayor se desprende al impactar con la presa, cuya piel sólo taladra la punta (así impiden que al frotarse contra un tronco o un termitero se desprenda la totalidad). El veneno lo elaboran a partir de huevos y larvas que deja un escarabajo en un matorral del que se alimenta.   

   Llegamos a un claro, donde hay una cabaña pequeñísima, toda vegetal, con dos huecos diminutos a modo de entradas. Ante ella nos demostrarán cómo, si se sabe, puede hacerse fuego frotando unos palos que apenas pesan. Es el remate a esta aula abierta, que ha durado dos horas. Todo nos lo han ido enseñando en un avance despacioso, que ignora la prisa. De una forma práctica, sencilla, nos han transmitido conocimientos que ha costado milenios descubrir. Una sabiduría ancestral que ha hecho posible la vida humana en este espacio, en principio inhabitable…

2 comentarios:

  1. No, fuimos en la 2ª quincena de julio. Pero tomé notas, que me facilitan revivir la experiencia y escribirla. No quiero olvidar África...

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