YENDO
A SANTO ESTEVO
Era
una noche cerrada del último otoño. El coche trepaba curvas, que se enlazaban
una en otra sin darnos respiro. La
carretera se abría camino con dificultad por entre una espesura de árboles.
Resignada a estrecheces sin cuento, zigzagueaba, como si fuese un sendero sinuoso
en medio de un bosque muy tupido, y siempre cuesta arriba. Concentrábamos la
mirada allá donde el haz de los faros sacaba fugazmente el frente más próximo
de la oscuridad. Yo aguzaba la vista, temeroso de que un jabalí obtuso o un
cérvido deslumbrado viniese a morir contra nosotros. O buscaba, pero en vano,
un punto de luz que me revelase la presencia de una casa y rompiese la soledad
de aquellos parajes. Kilómetro tras kilómetro, la sensación de estar yendo a
ninguna parte se acrecentaba, aunque pensáramos que, en tanto hubiera asfalto
bajo las ruedas, no estaríamos perdidos
del todo.
El tiempo que duraba aquella ascensión continuada
se me estaba volviendo eterno, tal vez por la tensión con que lo vivíamos, o
quizás lo estuviéramos alargando con un avance que nuestra prudencia hacía muy
despacioso. El problema no era, en todo caso, que no acabáramos de encontrar
nuestro destino. Es que, cuanto más nos sumíamos en tinieblas y lejanía, más atrás iba quedando el recuerdo de espacios habitados. Y, aunque no lo dijéramos, no contribuía a
tranquilizarnos que ya hubiéramos olvidado la última señal indicadora de que íbamos
hacia donde queríamos.
Entonces surgió repentino, tan visible como
insospechado. Estaba en un alto amurallado, que se abría en un portón que nos
pareció la entrada a la gloria. Si París bien valió en su día una misa, se me
antojó que, por alojarnos en Santo Estevo, había merecido penar en una negrura
que semejara no tener fin. Y eso que aún no habíamos catado las delicias que
nos aguardaban tan fuera del mundanal ruido como sólo fray Luis de León cantó…
Me encantó alojarme en Santo Estevo. No recuerdo mejor desayuno. Estoy deseando volver. Además lo has contado de una manera que atrae como atraen las historias de terror a los niños. Con alborozado y entusiasta terror.
ResponderEliminarUn beso.
Sólo nos faltó la Santa Compaña, Rosa. En cuanto al hotel, se merece otro articulo...
ResponderEliminarUn abrazo de los fuertes