lunes, 13 de febrero de 2017

YENDO A SANTO ESTEVO

Era una noche cerrada del último otoño. El coche trepaba curvas, que se enlazaban una en otra sin darnos  respiro. La carretera se abría camino con dificultad por entre una espesura de árboles. Resignada a estrecheces sin cuento, zigzagueaba, como si fuese un sendero sinuoso en medio de un bosque muy tupido, y siempre cuesta arriba. Concentrábamos la mirada allá donde el haz de los faros sacaba fugazmente el frente más próximo de la oscuridad. Yo aguzaba la vista, temeroso de que un jabalí obtuso o un cérvido deslumbrado viniese a morir contra nosotros. O buscaba, pero en vano, un punto de luz que me revelase la presencia de una casa y rompiese la soledad de aquellos parajes. Kilómetro tras kilómetro, la sensación de estar yendo a ninguna parte se acrecentaba, aunque pensáramos que, en tanto hubiera asfalto bajo las ruedas,  no estaríamos perdidos del todo.
   El tiempo que duraba aquella ascensión continuada se me estaba volviendo eterno, tal vez por la tensión con que lo vivíamos, o quizás lo estuviéramos alargando con un avance que nuestra prudencia hacía muy despacioso. El problema no era, en todo caso, que no acabáramos de encontrar nuestro destino. Es que, cuanto más nos sumíamos en  tinieblas y lejanía, más atrás iba quedando el recuerdo de espacios habitados. Y, aunque no lo dijéramos, no contribuía a tranquilizarnos que ya hubiéramos olvidado la última señal indicadora de que íbamos hacia donde queríamos.
   Entonces surgió repentino, tan visible como insospechado. Estaba en un alto amurallado, que se abría en un portón que nos pareció la entrada a la gloria. Si París bien valió en su día una misa, se me antojó que, por alojarnos en Santo Estevo, había merecido penar en una negrura que semejara no tener fin. Y eso que aún no habíamos catado las delicias que nos aguardaban tan fuera del mundanal ruido como sólo fray Luis de León cantó…

2 comentarios:

  1. Me encantó alojarme en Santo Estevo. No recuerdo mejor desayuno. Estoy deseando volver. Además lo has contado de una manera que atrae como atraen las historias de terror a los niños. Con alborozado y entusiasta terror.
    Un beso.

    ResponderEliminar
  2. Sólo nos faltó la Santa Compaña, Rosa. En cuanto al hotel, se merece otro articulo...
    Un abrazo de los fuertes

    ResponderEliminar