sábado, 25 de noviembre de 2017

LA ARGENTINA QUE VI (2): BUENOS AIRES, PRIMERA CATA

Salimos del hotel un 31 de octubre y nos damos de bruces con la primavera. Unos jacarandales son, ante nuestros ojos abiertos al asombro, sus heraldos. Florecidos en lila, anuncian el estacional renacer de la vida en las calles bonaerenses. No están solos. Árboles innumerables, de especies para nosotros desconocidas, pintan de verde los costados de las avenidas, sombrean las plazas, rompen la horizontalidad de los parques.
   Es como si la ciudad entera se resistiese a dejar atrás la naturaleza y se empeñase, exitosamente, en constituirse en vergel.
   Cada mirada trae consigo novedades. Según camino, voy descubriendo una disparidad que anuncia el ser ecléctico de la capital. Casas de mala apariencia y calidad conviven con joyas de corte modernista o clásico, en cuyos balcones no faltan cariátides y columnatas. Pared con pared con construcciones coloniales, torres de cristal tintado me inducen a pensar en la City londinense. Y de cuando en cuando un edificio de grandiosas proporciones avisa de que hemos encontrado un monumento que nos reclama una visita.
   Veo tantas pizzerías que por momentos me parece que he equivocado el destino y estoy en Italia. Sin embargo, los asadores, que nos aguardan tras doblar cualquier esquina, constatan que hemos llegado a ese templo donde se rinde culto a la carne que es Argentina. A la vista del viandante, como promesas que se formularan a su apetito, sobre brasas, se doran costillares de cordero ensartados en parrillas.
   Qué de librerías. Las hay de viejo y de impresión reciente, son grandes o enormes, de diseño funcional o que hacen del espacio que ocupan puro arte. Buenos Aires es una inmensa casa del libro, nunca conocí nada que se le iguale. Viven aquí tres millones de personas, y no creo que haya menor número de volúmenes. Miro con respeto y empatía a cualquier transeúnte, deben de leer mucho y ser muy sabios.
   Y cuántos teatros y cafés, y galerías comerciales que admiran menos por su amplitud que por sus techumbres abovedadas y las pinturas que las decoran.
    Qué cosmopolitismo…
    A ver cómo me las arreglo para contarlo. 

3 comentarios:

  1. ¿Aún hay lugares donde abundan las librerías? Yo pensaba que eso se había terminado en todo el mundo por mor de esa globalización aniquilante que nos persigue. Ojalá lean más que aquí porque si no, les sobran casi todas librerías.
    Un beso.

    ResponderEliminar
  2. Es uno de los alicientes de Argentina, y no el menor: ser un refugio para los libros. Y para los lectores, claro. Aunque sólo fuera por eso, algún día deberías animarte a volar hasta allí...
    Un abrazo fuerte

    ResponderEliminar