lunes, 11 de diciembre de 2017

LA ARGENTINA QUE VI (5): EL GOMERO DE LA RECOLETA

Desde la lejana India vino una plantita a dar a Buenos Aires. Eran tiempos en que sólo los pájaros y ciertos insectos surcaban los cielos, o sea que quien la trajo hubo de encomendarse al mar en su viaje. Debía de ser amante de los árboles, sin sus cuidados el pequeño vástago no habría sobrevivido a la larga travesía oceánica. Seguramente lo motivaba el afán de sumar a la vegetación de Argentina una nueva especie, porque aquí no había ningún semejante en que pudiera reconocerse.
   Fue plantado en una chacra, donde la ciudad apunta al norte. Hoy se levanta en esos parajes el barrio residencial de La Recoleta, nombre que le viene de los frailes que  erigieron en esos baldíos un convento. Desconozco si su porteador de entonces se atrevería a sospechar que doscientos años después seguiría en pie aquel mínimo retoño, sólo que transfigurado en mole de madera y espesura. Lo que hace dos siglos apenas era, es ahora un coloso descomunal. Con razón le llaman el abuelo: cuando en mi incesante vagabundeo por la capital veo otros ejemplares de buen porte, ya sé dónde está su origen.
   Impone su envergadura. Es tal su frondosidad que la pupila no consigue escalar a través del follaje –verdeoscuro el haz, más claro en el envés- en busca de la claridad del día. Varios troncos parecen abrazarse hasta ser el que son, únicamente uno. Abajo, su metro y medio de diámetro se ensancha considerablemente en la nervadura de raíces que, a la vista, lo circundan.
   Imposible no contener el aliento ante esta presencia, si no es para exhalar una interjección admirativa. Se basta él sólo para sombrear una plaza de no escasas dimensiones, que es, en su caso, la de Juan XXIII. El café La Biela se aorilla a su lado, la basílica del Pilar llama, cercana, a la oración y el cementerio de La Recoleta, también próximo, abre sus puertas de la eternidad a muchos próceres que han sido.
   Desparrama este gomero sus ramas, que discurren paralelas a tierra, y que se aproximan a los treinta metros de longitud y uno de diámetro, dónde se ha visto cosa igual. Podrían quebrarse, si el ingenio humano no corriese en su ayuda. En algunos de sus tramos se han dispuesto unos soportes ahorquillados, que las apuntalan. En uno de ellos se detienen la atención y las cámaras de fotos de los visitantes: tiene forma humana, es un Atlas quien ejerce de contrafuerte y aguanta el peso, que si no es el del mundo como en el mito griego, ya le llega. Como únicamente lo viste un taparrabos, es perceptible la tensión que el esfuerzo provoca en su musculatura de titán. Es tan verosímil, que dan ganas de prestarle ayuda. Estoy por asegurar que, si le paso un pañuelo por la frente, lo retiraré humedecido por su sudor. Me parece el otro gran protagonista de esta historia, una obra de arte urbano, forjada con restos de automóviles, que acude en auxilio de la que esculpió la naturaleza a lo largo de siglos. 

2 comentarios:

  1. ¡¡Qué barbaridad!! He buscado en Google y me he quedado perpleja del tamaño del "abuelito".
    Me estás enseñando muchas cosas que no sabía que existieran. Cuando vaya a Buenos Aires, llevaré tu blog como guía de viaje.
    Un beso.

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    1. Cuando vayas a Buenos Aires, descubrirás por ti misma tantas maravillas como a mí se me habrán pasado por alto...
      Un abrazo fuerte

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