jueves, 1 de marzo de 2018

LA ARGENTINA QUE VI (14): HUMOR EN SAN TELMO

Primero fue un brillo en el iris. Enseguida,  esa sonrisa en ciernes pasó de los ojos a los labios. Finalmente, la garganta puso sonido a aquel esbozo de risa y la convirtió en carcajada, aunque fuese, acorde con mi carácter, contenida.
   Me acababa de cruzar con un par de camándulas que caminaban la acera en sentido contrario al mío. Semejaban ser dos golfantes que no descuidaran del todo su aspecto, y ya bien crecidos, por más que su juventud resultase un tanto imprecisa. Traían el gesto apicarado y percibí cómo me buscaban la mirada durante nuestro encuentro, que fue muy fugaz, pues ni ellos ni yo detuvimos la marcha. Algo que había ocurrido, o que estaba a punto de suceder, los divertía, si bien no extremaban la expresión de su alborozo.
   Venían callados, pero cuando pasaron a mi lado uno rompió ese silencio. Lo oí pronunciar un único vocablo, y me iba dirigido, pues era a mí a quien apuntaban sus pupilas. Sonó en sordina, como si el interfecto, al decir en sotto voce, evitara llamar en exceso la atención, no de otros viandantes, sino de mí mismo. Recuerdo que interpreté su susurro como una forma de rebajar un atrevimiento, que, quizá, si hablase más alto, pudiese producir en mí una reacción indeseada.
   “¡Suegro!”, me había interpelado, y escribo ese vocativo entre exclamaciones, porque, si no por el volumen, sí  quedó realzado con la entonación que le dio.
   Aquella palabra parecía un sinsentido o el fruto de una curiosa equivocación. Tendría su gracia que a diez mil kilómetros de España tuviera yo un doble que, además, mantuviera parentesco con un elemento como aquél y que éste me confundiera con él. Pero no había sosia que valiera para hacerme su yerno. Nuestra hija, que nos precedía, ligeramente adelantada, a mi mujer y a mí,  haciendo fotos, era sin duda quien le había inspirado el rapto verbal, hiperbólico y disparatado, que me había dedicado. Más que un piropo, creí ver que presumía de ingenio y buscaba la complicidad de una risa. 
   Me hubiera gustado contestar con una réplica adecuada a aquel bergante, y creí encontrarla. Pero fue un tiempo después, y para entonces ya lo había perdido de vista. 

2 comentarios:

  1. Ja, ja. Te pasa como a mí. Las buenas respuestas que se me ocurren, y alguna es muy buena, suele ser cuando ya no procede. Lo ingeniosa que podría yo ser de pensar a tiempo...
    Veo que los argentinos responden a su fama de ingeniosos y un poco descarados.
    Un beso.

    ResponderEliminar
  2. Los viajes se hacen también de anécdotas, volanderas, como ésta o la del tipo que pasa cantando un tango... Me gusta fijarlos para el recuerdo...
    Un abrazo fuerte

    ResponderEliminar