TEATRO
CON VIDA
Adelanto
que no fue a propósito. No se trató de una performance,
una escenificación que ocultara su intención de espectáculo bajo visos de
realidad. No se buscaba engañar, en el mejor sentido de la palabra, a un
público ocasional que pasara por allí, incluso de hacerle partícipe de la
mojiganga. Era únicamente un ensayo, pero a cielo abierto y, encima, sin
director que lo animase y advirtiese con su presencia e indicaciones de que
sólo se procedía a preparar la representación de una obra de teatro. Encima, no
contribuía a disipar confusiones el espacio donde se llevaba a cabo, un pasillo
del instituto en que yo ejercía de profesor y, simultáneamente, estaba al
frente de su colectivo de dramatización.
“Una mora frente a mí, en el espejo”, se
titulaba el texto que presentaríamos aquel curso a los espectadores: escenas cortas,
con diferentes tramas y personajes, bajo el denominador común de desvelar
discriminaciones, poner en la picota la xenofobia; mostrar cómo en cada uno de
nosotros cabe un mundo, puesto que un mundo a todos conforma.
Ese día, yo me había quedado en el aula de
teatro con la mayor parte del grupo, pero pedí a quienes intervenían en una
escena referida a los gitanos que se fueran a ensayar fuera, en las
proximidades. Debían centrar sus esfuerzos en un momento donde se hacía
explícita la actitud racista, y cumplieron con su cometido. Lo supe cuando,
poco después, los vi entrar por la puerta que antes les había servido para
salir y me contaron. No venían nada contentos. Más bien denotaban desconcierto y
preocupación.
Los había sorprendido una chica gitana,
estudiante como ellos, pero no actriz, oyéndoles decir frases que,
acertadamente, había considerado ofensivas para su gente, y se les había
encarado para afearles su conducta. Aunque habían intentado explicarse (era
teatro, y el argumento daba un vuelco antirracista en el desenlace), no estaban
nada seguros de haberlo conseguido. Querían que hablase con ella. Me comprometí
a hacerlo, pero antes los felicité.
Habían hecho creíble la ficción. Muy bien
debía haber ido el ensayo para que el mundo de lo real interfiriese de esa forma
en él. Aunque, ciertamente, lo hubieran facilitado los prejuicios existentes
contra los gitanos, se habían comportado como excelentes actores. Hasta tal
punto, que no había parecido que lo fueran.
Espero que la chica gitana entendiera la situación. La verdad es que hay tanto racismo y los comentarios despectivos están tan incrustados en el lenguaje coloquial de la sociedad que nosotros casi no los notamos y ellos tienen que estar atentos para descubrirlos también.
ResponderEliminarDe todas formas, es cierto que los actores hicieron una magnífico papel, aunque fuera a costa de darle un disgusto a la estudiante gitana.
Un beso.
Ése es el otro aspecto a destacar en este suceso. La reacción de la chica gitana, que no pasó por alto lo que oyó. Fue, desde luego, merecedora de todo reconocimiento... Y, por supuesto, de las debidas explicaciones.
EliminarUn abrazo fuerte