DE
CUANDO FUE MÍO EL GRITO DE UN NOGAL
Al
nogal del parque adonde se asoma mi ventana lo veo abundar en frutos este
otoño. Verdean sus hojas al sol y sopla una brisa suave que le acaricia la
copa. No es lo suficientemente intensa como para desproveerlo de su carga, pero
a su roce un temblor le agita las hojas. Observo que alguien se le acerca, y
ese estremecimiento cobra para mí un sentido diferente.
El recién aparecido es un hombre de mediana
edad que sujeta en la mano una vara. No la trae como auxilio para el camino, no
se sirve de ella como apoyo, ni falta que le hace. Es un sujeto de apariencia
sana, que no cojea, ni anda con dificultad. De hecho, ni siquiera toca con un
extremo del palo el suelo. Lo quiere para otra cosa.
Me gustaría que lo vierais ojear el
entorno. Mira como si no mirase, como embozado, al descuido; no a la manera de
un delincuente, pero sí con cierta cautela, que a cualquiera le suscitaría sospechas. No hay nadie a la vista, si se me
exceptúa a mí, que, además de compartir en la lejanía su espacio, espío sus movimientos.
Mas para él ni estoy ni cuento, pues no me localiza atisbando tras los
cristales, atento como anda a posibles paseantes como él. Bueno, él no es un
paseante. A estas alturas, el nogal ya habrá descubierto, como yo, que no se
trata de un senderista, ni de alguien que va a alguna parte, cuya ruta pasa
precisamente bajo su sombra.
El árbol mismo es la meta del desconocido.
Más que fijar los ojos en él, lo escruta, y no tarda en revelar sus
intenciones. Sólo hay que atender a sus manejos con la vara para conocerlas. La blande como pica y
comienza a golpear, inmisericorde, la espesura; no es que varee, apalea.
Literalmente, le arrebata las nueces, que caen a tierra entreveradas con trozos
de ramas y follaje que hablan de la violencia del castigo. Acaso sin
pretenderlo, se trasmuta este individuo en símbolo. ¿Cuántos como él se dedican
a expoliar los recursos que ofrece el planeta, sin preocuparse de si
sobrevivirá a su ambición de cortas miras (coger ya todo lo que pueda, no sea
que quede algo para quien venga detrás)?
Cierto que no puede gritar el nogal. Pero el
lugar de sus quejas lo ocupan sus chasquidos. Y yo mismo me sorprendo sufriendo
por (con) él, haciendo mía su protesta y
dándole voz esta mañana de octubre. ¿Quién ha dicho que no tienen sentimientos
los árboles?
Hermoso texto en el que creo que la clave no es el expolio de las nueces en sí, sino la violencia de la recolección. Golpear suavemente un nogal para que caigan algunas nueces es algo que yo misma podría hacer. me encanta el fruto y me encanta la fruta robada, pero siempre que lo hago, procuro coger una pequeña muestra que sacie mi afán recolector y dañar lo menos posible al sujeto de mi rapiña.
ResponderEliminarUna perfecta metáfora de lo que muchos hacen: como bien dices, coger todo lo que puedan para que no venga otro a por el resto.
Un beso.
Da gusto escribir cuando quien te lee complementa lo escrito como tú lo haces, Rosa.
ResponderEliminarUn abrazo de los fuertes