MÁS ALLÁ DE LA IGNOMINIA
No sé si los bebés que salen en los
telediarios que nos hablan del genocidio en Gaza tienen muy grandes los ojos, o
si es que resaltan en el esqueleto de sus caritas. Puede ser que simplemente
los abran con desmesura para mirar angustiados a la nada. La nada es para ellos
que no haya leche o algún sucedáneo. Sienten esa carencia, que les duele.
Ellos lo ignoran, pero el Estado de Israel,
con escasas voces discordantes, ha decretado su muerte por hambre. Eso, si
sobreviven a los ataques del ejército, que acaba además con los hospitales que
podrían salvarlos.
Sus hermanitos, que deberían estar riendo y jugando
o recibiendo lecciones en la escuela, como lo hacen nuestros pequeños, pueden
poner voz a esas privaciones, que sufren igualmente. Y la ponen:
“Los niños (palestinos) les dicen a
sus padres que quieren ir al cielo, porque al menos allí hay comida”.
(Cita
de un trabajador encargado de prestar atención psicológica, publicada en
eldiario.es).
Son, ésas, palabras sangrantes. Revelan, por
partes iguales, su inocencia y el crimen que se comete con ellos. Cuando se
levantan, desconocen, cuentan las crónicas, qué comerán, o, como sucede en
multitud de ocasiones y según venga el día, si se acostarán sin haber probado
bocado. De ello dan fe las imágenes que nos llegan de sus cuerpos, de cuyos
esqueletos ha huido la carne que los recubría. Al agobio en que ha convertido
el Estado sionista sus vidas y las de sus mayores, se suma otro: ¿Volverán sus
padres de los escasos lugares donde se distribuye algo de alimento (y donde
acuden movidos por la desesperación), o serán víctimas en esa forzada incursión
de las balas de los soldados o los francotiradores de Netanyahu y sus cómplices, que los acechan y no
se privan de matarlos cada día?
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