sábado, 1 de diciembre de 2012


ÚLTIMAS IMPRESIONES DE UN PROVINCIANO EN LONDRES

En Canden Market, paseamos una calle de casas bajas, todas comercios. Es muy larga y se abre a numerosas bocacalles, llenas de tenderetes. Los puestos se multiplican aún más en el interior de ciertos edificios o en algún recinto sin techar. La intrahistoria londinense nos sale de nuevo al encuentro, mayormente en forma de ropa (de segunda mano, de imitación, artesanal...) y gente, mucha, en busca de algún chollo. En procura de emociones fuertes, nos metemos en una tienda gótica. Procuramos no hacer gestos ostensibles de sorpresa, por no llamar la atención. Era como si estuviésemos en un teatro y nos reserváramos el papel de espectadores. Sin embargo, no pudimos evitar ser nosotros los actores. La pinta extravagante era la nuestra, tan fuera de lugar que, por rara, concitaba el interés del público. En el Globe, en cambio, la que actuó fue la guía. Mientras ella peroraba en inglés, centré mi atención en ver el local con solo mis ojos. Es una reconstrucción tan perfecta del teatro original que por momentos siento a  Shakespeare sentado en la grada a mi lado, y me imagino mirando lo que él miró. Cuando mi grupo se alborota, supongo que me pierdo algo interesante y entonces atiendo a la mímica de nuestra cicerone y descubro detalles que me habían pasado inadvertidos (también es posible que recree lo que dice, o sea, que me lo invente). Procuro sonreír y asiento, como hace el resto, más que nada por no desairarla. Me prometo releer “Hamlet” tan pronto llegue a casa. No obstante, a algún amigo moderno le hablaré de la Tate Modern. Es admirable esa central hidroeléctrica reconvertida en museo, se pierde uno en su inmensidad, y no solo físicamente. Yo, al menos, también me quedo desorientado ante algunas obras expuestas, no sé darles el mérito que deben de tener para estar ahí, es más, me choca que estén ahí. El palacio de Buckingham sí se encuentra en su lugar. Allí los equivocados somos nosotros y la multitud que nos flanquea. Si no fuera porque hemos visto al gentío agolpado ante las verjas y consultando el reloj, no hubiéramos supuesto que iba a producirse el relevo de la guardia real y nos habríamos ahorrado media hora de espera vana al frío de noviembre. Ya podía Su Graciosa Majestad haber ordenado al  personal de servicio que advirtiese al público expectante que no tocaba hoy el ceremonial de bailoteo y vocerío con que unos soldados ceden su puesto a otros … Tentado estuve de presentar una queja  en la sede de nuestra legación diplomática. Solo me contuvo recordar que el embajador es Federico Trillo. No es santo de mi devoción y sabía que, si me acercaba por allí, sería incapaz de callar mi desagrado con que ejerza ese cargo. Y no era plan, porque en el empeño casi seguro que perdía el avión de vuelta.

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