jueves, 24 de enero de 2013


¿BECARIOS...?

Escribo el título como interrogante, más para mostrar  asombro ante una realidad que me enfada que en demanda de respuesta. Yo mismo, en mis ya lejanos tiempos de estudiante, disfruté de beca, sé bien lo que es. Y el diccionario me confirma que no yerro al recordarlo: estipendio o pensión temporal que se concede a alguien para que continúe o complete sus estudios, dice.
   Sin embargo, basta con echar un vistazo a la España de hoy para comprobar que no faltan empresarios dispuestos a enmendarle la plana a la Academia de la Lengua Española, si entra en juego el aumento de sus beneficios, y caiga quien caiga
   Hecha la ley, hecha la trampa, y la primera triquiñuela para el engaño afecta a menudo al idioma. Llamar con un nombre noble a una actividad  deplorable parece como si  disimulara su perversidad o, incluso,  la justificase y la diera por válida.
   Miremos para donde miremos, afloran en nuestro país los becarios. En la nueva acepción, son jóvenes con sus carreras y másteres recién acabados, que han superado una entrevista en la empresa, de los que a veces hasta se piden informes al centro en que han cursado sus estudios para asegurarse de que rozan la excelencia, y que trabajan  horas y horas para cobrar cien, doscientos o trescientos euros al mes, qué dispendio laboral para tan escasa paga.
   ¡Están en prácticas!, se apresurará a contravenirme, escandalizado de mi reproche, el empleador. ¡Carecen de experiencia y de esa forma la obtienen!, clamará con enfado. Incluso llegará a argüir, sin que se le descomponga la figura, que hacen currículum para el futuro. El catálogo de justificaciones, si no es infinito, se le acerca, preguntadle a cualquier joven profesional que pase o haya pasado por ese trance.
   Pero gracias a ese trabajo de low cost salen productos que se facturan a precio de mercado. ¿Por qué se considera, entonces, becarios a sus hacedores? ¿Solo porque son nuevos en el oficio? Todos lo fuimos en nuestros comienzos. Yo recuerdo bien el  aprendizaje en el aula, como profesor. Pero desde el primer día cobré el mismo sueldo base que compañeros que llevaban ya años ejerciendo (eran los complementos lo que nos diferenciaba).
   Claro que si me hubieran dicho que era un becario, entonces no habría tenido derecho a un contrato laboral, ni a cobrar el salario mínimo, ni a convenio colectivo...
    El nombre imprime carácter, ya lo vemos. Y pinta feo. Quizás para remediarlo lo primero sea poner las cosas en su sitio y llamar al pan, pan y al vino, vino. Y a la explotación laboral, explotación laboral.

No hay comentarios:

Publicar un comentario