domingo, 13 de enero de 2013


“ÉBANO”, de Ryszard Kapuscinski

He comprado tres veces este libro, y no porque lo haya perdido, sino por haberlo prestado, sin acordarme de a quién, ¡a tanta gente le hablé bien de él! Con tales precedentes, a nadie extrañe que guarde el ejemplar que poseo como oro en paño.
   El primer acierto es el título, una metáfora breve, hermosa y sugerente. El ébano, un árbol africano y de madera oscura, anuncia que el continente negro se constituye en protagonista de sus páginas. Pero no lo será de cualquier manera. Ya antes de que nos sumerjamos en la lectura, el propio autor nos lo advierte:
“Viajé mucho. Siempre he evitado las rutas oficiales, los palacios, las figuras importantes, la gran política. Todo lo contrario: prefería subirme a camiones encontrados por casualidad, recorrer el desierto con los nómadas y ser huésped de los campesinos de la sabana tropical. Su vida es un martirio, un tormento que, sin embargo, soportan con una tenacidad y un ánimo asombrosos”.
   Con el auxilio de un atlas he seguido su peregrinar incesante, que no supo de fronteras. En realidad, me gustaría ser como Ryszard Kapuscinski, transitar sus paisajes, conocer a los personajes que se topó (todos los citados en Ébano lo son, no importa su condición). Pero sé que nunca recorreré sus caminos. Por eso le agradezco tanto que me los traiga, que haya hecho posible que los viva a través de sus experiencias. ¡Qué bien dibuja el día a día africano y su encuentro con él! No busca la literatura, aunque la halle en esa forma transparente de decir, esa mirada clara, que cuenta lo que ve o lo que le dicen, por lo que él mismo pasa, con una naturalidad que, curiosamente, no deja de asombrarnos.
   Y no se detiene en la cotidianidad. No penséis que simplemente recopila anécdotas, por trascendentes que sean. Busca también explicaciones en la historia, pero no en tono académico. Lo que nos cautiva en esas incursiones al pasado es que, incluso en ellas, va al encuentro de vivencias, de personajes, y cómo pinta con palabras los sucesos acaecidos, que, por lo general, a nadie dejan sin sentir una conmoción y un temblor.
   Envidio a quien no ha leído todavía esta obra, como envidiaría a aquel que, sin haber visto antes el mar, se encarase por primera vez con su inmensidad azul. 

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