miércoles, 16 de octubre de 2013

MI ABUELA ANTONIA

La veo salir de mi memoria con su baja estatura, algo gruesa. Para aquel entonces, los años habían encanecido su cabello y el paso se le había vuelto tardo, pero conservaba intacta la claridad de la mirada. Le gustaba cocinar, oía las novelas radiofónicas a primera hora de la tarde y los domingos iba al cine acompañada de algunos de sus hijos, yernos y nueras.
   Viuda desde muy joven, había criado a seis vástagos en tiempos difíciles, cuando la posguerra y la escasez, sin que se le malograra ninguno. La historia familiar la recreaba inclinada sobre la máquina de coser durante años, trabajando días que apenas tenían noches, para sacarlos a todos adelante.
   Tenía un carácter fuerte, que no daba miedo porque era muy buena. En una ocasión hizo algo por mí que no olvidaré nunca.
   Debía de andar yo por los once o doce años, y disfrutaba en copropiedad de una bicicleta que recuerdo verde, de marca GAC. La compartía con mi hermano Carlos, un año menor, pero ciclista mucho más hábil. Sin duda por eso nuestro padre le reservaba  la gratificante tarea de ir los sábados por la mañana a la casa de la abuela, de la que retornaba con el pescado que ella nos había comprado en el mercado poco antes.
   Yo envidiaba aquel privilegio del que mi poca pericia me excluía semana tras semana. Y tanta fue mi insistencia que conseguí que, con mil recomendaciones de prudencia, Carlos me cediese por una vez la encomienda. Cuánto extremé la precaución, cuán bien me sabía el aire que me acariciaba el rostro, qué satisfacción no experimentaría según avanzaba, calle tras calle, sin que nada desagradable pasara.
   Todo fue bien hasta que coloqué la bolsa de plástico con la compra colgando del manillar y me dispuse a iniciar el regreso. Por más que intentaba pedalear, no conseguía que la bicicleta se moviese. Tuve que echar pie a tierra y entonces me di cuenta, horrorizado, de lo que había sucedido. El cargamento se había colado entre el guardabarros y la rueda, y parte del pescado se había aplastado con mis esfuerzos por arrancar.
-         ¡Menudo disgusto se llevará papá! ¡Y cómo se va a enfadar!-, rematé el relato que hice a mi abuela del desastre, no sin antes confesarle, contrito, que había burlado sus disposiciones.
   Quiso que le prometiera que no volvería a desobedecer a mi padre, yo, que en aquel momento, me habría comprometido a escalar el Everest. Luego miró a otra bolsa, que descansaba sobre una meseta de la cocina y, sin decir nada, me la entregó, mientras tomaba la mía.
   En ese instante, seguro que solo pensé que su gesto me liberaba de un merecido castigo. Al rememorarla ahora, agradezco, sobre todo, que fuera como era.

2 comentarios:

  1. Ay la abuela Antonia.... Que recuerdos de aquellas tardes de novelas radiofonicas. Yo estaba allí entonces. No entendia gran cosa debido a mi corta edad pero perduran los recuerdos en mi memoria.... Y como no, también recuerdo aquella bicicleta verde. Y cuando iba en la barra llevada por vosotros me sentia "muy importante" a pesar de no levantar un palmo del suelo. Estan muy nitidos esos recuerdos en mi memoria. Ay la abuela Antonia....

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  2. Hola de nuevo Juan, aquí estamos otra vez mamá y yo.
    Hemos leído dos veces lo que cuentas de la abuela Antonia y mamá dice que tienes mucha razón, que es como si la estuviera viendo. Tenía un carácter fuerte pero en el fondo era una buena persona, que nos quería mucho a todos.
    Le hiciste recordar el detalle que había tenido para que te libraras de una buena, ja ja ja, qué tiempos aquellos,
    Yo, en particular, también me acuerdo de esa bicicleta. Gracias a ella, jamás me volví a subir a una máquina de ésas. Te cuento mi pequeña historia.
    Estábamos en el Campo Volante, "la bicicleta", Quique, un amigo de él y yo.
    Quique me convenció de que si subía a "la bicicleta" saldría de allí siendo una experta ciclista. La insistencia fue tanta, que yo, confiada, me subí. No llegaba a los pedales. Ellos, cada uno por un lado, sujetaron "la bicleta", cogieron impulso y soltaron la máquina conmigo encima, de tal forma que, irremediablemente, fui a dar contra un poste de la luz que alguien había puesto ahí sólo para jorobarme a mí. Imagínate las consecuencias.
    Ya ves, todos tenemos nuestra pequeña historia.
    Un besito de mami y mío.

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