viernes, 22 de agosto de 2014

ANDADURAS JAPONESAS (3): MIRADAS INDISCRETAS

No íbamos en viaje organizado por agencia. Podíamos hacer de nuestra capa un sayo, guiarnos únicamente por los dictados de nuestro capricho, experimentar con el libre albedrío Y pasamos mucho tiempo en la calle, mirando.
   No caminamos pendientes de nuestras mochilas. Las mujeres no se aferraban a sus bolsos de forma compulsiva en medio del gentío, y en las cafeterías los ordenadores quedaban sobre las mesas aun cuando sus dueños se ausentaran para ir al baño. Y donde fueres, haz lo que vieres.
    Reparamos en el tipo fino de los japoneses. Por estos pagos, parecen desconocer el gen de la obesidad. No obstante, me acuerdo de los luchadores de sumo, dónde andarán que ninguno se cruza con nosotros, ¿o serán mera invención publicitaria?
   Bajo el sol florecen las sombrillas en manos de muchachas gráciles, con estética de porcelana. A mayores, parte de ellas, a despecho del calor, se enfundan guantes que les alcanzan el antebrazo, sin que las mueva el afán seductor de Rita Hayworth en “Gilda”.
   Muchas jóvenes se encaraman a plataformas o elevados tacones. Sorprende que se retoquen en público el maquillaje, olvidadas del mundo que bulle a su alrededor y que, en justa reciprocidad, tampoco presta atención a sus manejos con pinceles y espejitos.   
   Cuesta desviar los ojos de alguna, cuyo vestuario la asemeja a una muñeca, o de otras  embutidas en un kimono y que acaso cabalguen una bicicleta, en una imagen en que algo parece sobrar.
    Sin embargo, la vista se nos escapa con frecuencia hacia personas de cualquier edad que se embozan con una mascarilla. No sabemos si están enfermos y no quieren contagiar a los demás o si lo que buscan es mantenerse sanos ellos.
    Cualquier cosa, por insignificante que sea, si difiere de nuestros hábitos, nos llama la atención. Por ejemplo, tomamos nota de las toallitas de felpa con que se limpian el sudor en plena calle y estamos en un tris de adquirirlas para nuestro provecho.
   En el metro no podemos evitar una sonrisa. A menudo, solo nosotros no nos enganchamos a un móvil o una tableta. Aunque, eso sí, casi nadie los utiliza para hablar. El que no se entretiene con esos aparatos suele entregarse al sueño, sobre todo a primeras o últimas horas del día, o lee un libro, juraría que empezando por la parte de atrás, o un periódico que dobla en sentido vertical, como se dispone a veces la escritura.
   Si vamos tranquilamente por la acera, de repente pueden salirnos al paso varios operarios de uniforme y con una linterna larga a modo de señalizador, con un braceo que anuncia urgencias, sin perder por ello los modales. Su delicadeza es tal que se diría que nos están invitando a bailar un vals. Pero solo nos advierten de que nos detengamos el tiempo necesario para que salga de un garaje un automóvil. Son muchos los trabajadores que, en el Japón que conocimos, se dedican a ese oficio o equivalentes (en obras, pavimentado de carreteras...).
   Y luego están los restaurantes, y los hoteles, y los comercios… Pero todo eso merece artículo aparte…

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