MAMÁ ÁFRICA (22): DONDE EL CAMINO
SE VUELVE DESTINO
De
la épica del hipopótamo y su argumento (véase artículo
anterior), a la lírica del entorno. En Botsuana, cualquier desplazamiento se
vuelve safari visual. Como cuando, costeando el río Khwai, vamos de la reserva
natural de Moremi al área de Savute. El camino se erige a sí mismo en fin, como
si fuese espacio donde apeteciera quedarse, y no mero trayecto hacia un nuevo
destino.
Jalonan nuestra ruta rebaños de más o menos
impalas. Al paso del jeep, alzan en alerta las cabezas que pastaban y nos ven
irnos sin apenas susto en sus hermosos ojos de gacela. Probamos a seguir el
rastro de una manada de licaones. Intuimos muy próxima su desaliñada figura, y
nos quedamos con las ganas de encontrarlos, aunque estar estuvieron por donde
pasamos, y no deben de ser pocos, por la impronta que han dejado.
Chapotea en una pradera inundada por el río
un elefante muy grande, que no da muestras de habernos visto llegar. Su interés
se concentra en la hierba. La arranca del suelo con la trompa, con tal cuidado
que por un momento olvido su envergadura y pienso en una muchacha que
recolectase rosas con que hacer un ramo. Bate con él el aire, como un pintor
empeñado en colorearlo de verde a brochazos que, pese a su esfuerzo, no dejaran
huella. Un reguero de gotas de agua y de arenas cae a tierra, y entonces se
ofrece el bocado a sí mismo. Un buen rato permanecemos fascinados, observándolo,
sin que halle nuestro interés ninguna reciprocidad por su parte.
Al borde de la ribera, un ave serpiente
entreabre las alas al sol, que seca sus plumas, y en su inmovilidad parece
dormida. Poco después, un jaribú ensillado nos da el alto, pues fuera imposible
no detenerse a admirar su hermosura. Es una zancuda que podría mirarnos de
igual a igual, de tan alta como es. Semeja una cigüeña negra y enorme, con el
lomo blanco. Pero lo que impresiona es su pico, de considerable longitud y
mucha anchura, y todo un alarde de cromatismo. Sería por entero rojo, si no es
por una banda negra y una a modo de silla de montar amarilla, que se le
encabalga en la parte superior, y no en la grupa, como acaso fuera de esperar,
dado su nombre. Es la suya una estética delicada, que evoca a una gran dama,
que gozara contemplándose en el espejo del agua. Aunque no estoy seguro de que
los peces compartan esa apreciación.
La sigo con los ojos, aun después de que el
jeep la deje atrás, y siento perderla. No obstante, enseguida tres grullas de
cuello blanco, que hurgan en la tierra qué comer, compiten con ella en
estilizada elegancia.
A la vista de todo lo cual, se hace difícil
creer que, todavía, en una revuelta del carril, nos aguarde un portento mayor. Pero
estamos a un punto de que se haga posible lo improbable.
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