sábado, 14 de noviembre de 2015

MAMÁ ÁFRICA (21): HIPOPÓTAMO CON ARGUMENTO

El río Khwai burlaba a la vista,  discurría plácido, casi se volvía remanso, como si faltase corriente a su caudal. En una de las orillas estábamos nosotros, pie en tierra, fuera del jeep. Frente por frente, del otro lado del cauce, el agua calma duplica en su espejo a una manada numerosa de hipopótamos salidos de su seno.
   Están inmóviles, como queriendo no espantar al sol de media mañana, que los acaricia con tibieza. Con un gregarismo que envidiarían las ovejas, se aprietan tanto unos contra otros que o bien sienten frío o bien se quieren mucho.
   Son como de temblorosa gelatina, mantecosas masas de carne que de milagro no se desparramase, contenida por una piel negruzca, frágil en su lisura. Parecen, fofos y sin músculo ni velocidad, en remedo engañoso de sí mismos, apacibles vecinos de un espacio fluvial amigablemente compartido. Contemplándolos, apetece hacer oídos sordos a la mala fama de agresividad que arrastran, olvidar que son los animales salvajes que acaban con más vidas humanas en África.
   Una cría muy pequeña anda entre las moles de sus mayores, donde halla protección a su desvalimiento y acomodo para sus juegos. Es una estampa familiar, que todos observamos con indisimulada ternura.
    Contrasta esa imagen amable con otra presencia, ésta inquietante. A unos cien metros, ribera abajo, un adulto permanece aislado, en actitud que  lleva a pensar en un apartamiento no elegido. Produce la sensación de que encoge su tamaño, como si doblase la chepa y, caído de hombros, humillando la testuz, se hiciese menor. Se diría que, aun distante, inmóvil como está, busca el calor de sus congéneres, aunque únicamente lo haga con los ojos, que los miran de hito en hito, con la tristeza y el desamparo de los repudiados. Lastima esa exhibición de afligida soledad frente al  grupo, que lo ignora.
   De pronto, caigo en la cuenta de que el protagonismo no está en el rebaño. El personaje principal pasa a ser para mí este otro, tan fuera del mundo de los suyos. “Aquí hay una historia”, me digo, e imagino un argumento con la frustración de un príncipe que aspiraba a reinar o, por el contrario, un monarca destronado. Y el escenario apacible que tenemos delante, roto por olas de espuma, que se elevan al compás de un desaforado combate.
    Acaso esta ficción haya  formado, también, parte del paisaje…

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