viernes, 30 de mayo de 2025

 

GAZA, EL INFANTICIDIO QUE NO CESA

 

Quedaos con este nombre: Escuela Fahmi al Jarjawi. Estaba en Gaza. De ella ya sólo quedan ruinas. Últimamente, en sus aulas se resguardaban familias que buscaban un lugar seguro, a salvo del afán genocida de Israel. Veo el 27 de mayo en el diario El País una fotografía que me humedece los ojos. Sentada sobre lo que fue una viga, entre cascotes que cuando todavía no lo eran fueron paredes o techos, hay una niña pequeña. La expresión de su carita me parte el alma. Está como aturdida, en shock Hay en sus facciones, en su mirada desolada, un dolor que no es físico, una tristeza que va más allá de cualquier sentir imaginado. Debe de andar por los 6 años, dice el artículo, muy pocos para la experiencia vital que acumula. Se llama Ward Jalal al Sheik Jalil y acaba de ser rescatada de entre los escombros. “¿Había alguien más contigo?”, le han preguntado. “Mi madre estaba allí”, ha respondido, y, entre lágrimas dice “No lo sé” cuando le inquieren sobre el paradero de sus cinco o seis hermanitos. Si lo conociera, diría que han muerto, como su mamá (su papá está en la UCI). Los han matado, mientras dormían, pilotos israelíes, que han bombardeado el colegio que les servía de refugio, o eso creían sus mayores, porque ¿a quién se le ocurriría pensar que serían un objetivo para el ejército, aunque éste fuera el de Israel? El mismo, por cierto, que ha declarado que había tomado medidas “para mitigar el riesgo de causar daño a civiles, incluyendo el uso de municiones precisas y de la vigilancia aérea”. Estremece todavía más que sea cierto. Que esas municiones -facilitadas por los EE.UU- sean tan precisas como dicen.

P.D. En el bombardeo mataron al menos a 36 personas, 18 de ellas niños.

martes, 14 de enero de 2025

 NO,  ESTO NO ES UNA GUERRA

Omar, de 9 años, se esfuerza en mantener cerrados los ojos durante tiempo y tiempo. No es que no quiera ver algo, sino justamente lo contrario: intenta desesperadamente que no se borren de su mente las imágenes de sus padres y su hermano gemelo. La memoria es el único lugar en que los podrá hallar en adelante. Fuera de sí, en el mundo real, ya no podrá encontrarlos. El ejército israelí se los ha arrebatado para siempre, lo han dejado huérfano y, a la vez, lo ha privado de ese otro ser que era igual a él. Omar es un superviviente sólo porque no hay una palabra que nombre a los muertos en vida. Como esos otros que, pobrecitos, entablan, alucinados, perdidos, conversaciones con sus familiares, que ya jamás responderán a sus voces. Ocurre, también, en Gaza. Debe de hacérseles imposible que no estén, que haya desaparecido el oído que los escuchaba, la mano a la que aferrarse, una reconvención o una sonrisa: todo lo que un niño necesita y de lo que una bomba, un misil, disparos de soldados de Israel les han despojado al matar a sus padres. A veces, los militares de Netanyahu y los suyos se meten incluso en los sueños de los pequeños de la Franja para convertirlos en pesadillas. Cuenta la madre de una de estas criaturas que su hijita grita a menudo cuando despierta y corre despavorida por la casa, y es que, dormida, se ha visto sepultada bajo los cascotes a que cree reducida su casa. ¡Ha contemplado tanta destrucción en su entorno, que imagina que ya le ha llegado el turno a ella! ¿Y qué decir de otro niño del que informa la cadena Al Jazeera? Está preocupado. Quiere jugar al balón, y no puede. ¿Le crecerá el brazo que le han amputado como consecuencia de las heridas de un ataque israelí?, pregunta. ¡Necesita los dos!