GAZA, EL INFANTICIDIO QUE
NO CESA
Quedaos con este nombre:
Escuela Fahmi al Jarjawi. Estaba en Gaza. De ella ya sólo quedan ruinas.
Últimamente, en sus aulas se resguardaban familias que buscaban un lugar
seguro, a salvo del afán genocida de Israel. Veo el 27 de mayo en el diario El
País una fotografía que me humedece los ojos. Sentada sobre lo que fue una
viga, entre cascotes que cuando todavía no lo eran fueron paredes o techos, hay
una niña pequeña. La expresión de su carita me parte el alma. Está como
aturdida, en shock Hay en sus facciones, en su mirada desolada, un dolor que no
es físico, una tristeza que va más allá de cualquier sentir imaginado. Debe de
andar por los 6 años, dice el artículo, muy pocos para la experiencia vital que
acumula. Se llama Ward Jalal al Sheik Jalil y acaba de ser rescatada de entre
los escombros. “¿Había alguien más contigo?”, le han preguntado. “Mi madre estaba
allí”, ha respondido, y, entre lágrimas dice “No lo sé” cuando le inquieren
sobre el paradero de sus cinco o seis hermanitos. Si lo conociera, diría que
han muerto, como su mamá (su papá está en la UCI). Los han matado, mientras
dormían, pilotos israelíes, que han bombardeado el colegio que les servía de
refugio, o eso creían sus mayores, porque ¿a quién se le ocurriría pensar que serían
un objetivo para el ejército, aunque éste fuera el de Israel? El mismo, por
cierto, que ha declarado que había tomado medidas “para mitigar el riesgo de
causar daño a civiles, incluyendo el uso de municiones precisas y de la
vigilancia aérea”. Estremece todavía más que sea cierto. Que esas municiones
-facilitadas por los EE.UU- sean tan precisas como dicen.
P.D. En el bombardeo
mataron al menos a 36 personas, 18 de ellas niños.