jueves, 22 de septiembre de 2016

POR EE UU (9): VENECIA EN LAS VEGAS

El suelo parece hecho de tres dimensiones. Caminamos como si hubiéramos de saltar de un pequeño cubo a otro, cuidando de no meter el pie en el hueco que los separa. Pero es sólo un juego que confunde a los sentidos, una ilusión óptica. Pisamos mullidas alfombras, cuyo dibujo induce a una percepción engañosa, volviendo volumen lo que únicamente es superficie.
   Avanzamos, deslumbrados, por pasillos fastuosos, de anchura inverosímil, tan largos que llevan a las pupilas a mirar muy lejos. Atravesamos salas inmensas, abovedadas, tan vacías de mobiliario como escoltadas por columnas, profusamente porticadas, sin otra utilidad aparente que presumir de magnificencia y anonadar al visitante. Estoy a punto de decir que tanta ostentación de grandeza me recuerda al Vaticano cuando veo a algunos turistas encarar el techo. Y, al levantar la vista hacia donde ellos la fijan, me encuentro... ¡con la Capilla Sixtina!
   Salimos a un espacio abierto, donde algo no encaja en la memoria de lo inmediato. Cuando entramos en el enorme edificio dejamos atrás la oscuridad del atardecer, y ahora, menos de una hora después, nos recibe la luz del día. Por resolver el enigma, busco el cielo, que está tan alto como suele, y es azul y lo salpican nubes sospechosamente inmóviles.
   El pasmo aumenta cuando bajo los ojos, porque allá donde los pose el encantamiento no acaba. Andamos una calle flanqueada por casas renacentistas, con comercios que son un muestrario de productos italianos. Y en el centro se abre un canal por el que navega una góndola con su gondolero, que canta a capela una melodía de mucho sentimiento.
   Seguíamos dentro del hotel-casino Venetian que ciertamente hacía honor a su nombre. Y cuando al fin sí nos vamos y nos enfrentamos a la noche, que efectivamente, fuera de este decorado extraordinario, nos espera en el exterior, las maravillas no terminan. Un minibús, transmutado en alfombra mágica, nos lleva de Italia a Egipto sin abandonar Las Vegas. Y qué mejor para sentirse en el país de los faraones que esa pirámide espectacular que es el Luxor… Aunque también podrían haber sido nuestro destino París, o Nueva York, o al mundo antiguo de griegos y romanos que todo está a nuestro alcance y ver es gratis…

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