POR
EE UU (19): SAN FRANCISCO, POR ENCIMA
La
estructura metálica del puente surca el aire y atraviesa de orilla a orilla un
ancho estrecho de mar. Parece un arco iris plano y extraño, de un solo tinte,
rojizo, como hecho de ladrillo. Pero es el Golden Gate, que, aun sin ser de
oro, hace honor a su nombre.
Estamos en San Francisco. Aunque nos hayamos
entretenido durante el viaje hasta la costa Oeste de Estados Unidos y hayamos
cedido a la tentación de curiosear en los recodos del camino, hemos llegado al
fin de la ruta que nos habíamos trazado, y no sólo porque aquí se termina nuestra
andadura; también porque se constituyó desde un principio en objetivo
principal. ¡Tanto nos habían contado y tan bueno…!
Nace casi siempre la mañana en esta ciudad
como entrevista a través de un visillo fino que difuminase sus formas y apagase
el contraste de sus colores. Y atardece del mismo modo. Pero hay un interregno
en que ese cendal se descorre. De mediodía a cuando el ocaso está próximo, el
sol doblega a la niebla y consigue que desaparezca. Es tan consustancial aquí
este fenómeno meteorológico como las colinas y las cuestas que encorvan las
espaldas de quienes se atreven a subir –escalar, sería mejor decir, tanto se
empinan- de la zona marítima al centro, y ponen a prueba la resistencia de las
piernas y el ritmo de la respiración.
Parecen diseñadas tales pendientes para
propiciar el uso de los tranvías, que constituyen otra de las señas de
identidad franciscana. Como apenas
disponen de espacio para dar la vuelta cuando retornan al pie de un collado, es
una plataforma sobre la que se asientan la que, rotando, hace el giro por
ellos. Tomarlos es toda una –aunque muy cara- experiencia. Con su traqueteo
catarroso, parecen ir a quedarse detenidos en los raíles a cada poco, según el
Pacífico va viéndose cada vez más abajo. O, todavía peor, arrepentidos del
esfuerzo que les supone la ascensión, podrían sopesar la posibilidad de no
batallar más con la ley de la gravedad y dejarse caer en loca carrera por un
abismo de fondo azul.
Aunque lo único cierto es que llegan siempre
arriba...
Qué ciudad maravillosa!! Aunque mi experiencia fue algo distinta: se puede decir que casi no llegamos a ver el puente sin niebla. Y eso que lo cruzamos en coche para ir a Sausalito, pero ni así tuvimos la vista espectacular que buscábamos. Por lo demás, no me sentí decepcionada en ningún momento. San Francisco es lo que promete en cine y esas bellas calles que se desploman hacia el mar me resultaron muy familiares.
ResponderEliminarUn beso.
Coincido contigo, Rosa: es una ciudad que sorprende y maravilla. De ésas que, una vez vivida, ya estará siempre en ti.
ResponderEliminarUn abrazo de los fuertes