jueves, 22 de agosto de 2013

DEILDARTUNGUHVER (ISLANDIA, 5)

Estamos no muy lejos de Borgarnes. Aunque suene a ficción, el día de hoy, 12 de agosto, es de sol. La luz, viva, hiere los ojos y saca lo mejor de estos parajes. Enfilamos un panorama en verde, bordeado de montañas oscuras pespunteadas de neveros blancos. Distinguimos bosquetes de abetos y extensiones de abedules enanos confundibles con matorrales.   No sé cómo definir la tonalidad que han adquirido los ríos (siempre hay uno a la vista). Decir azul es quedarse corto, pues lo son más que el cielo. Y choca tanto más cuanto que ayer fueron, y volverán a serlo mañana, cuando retornen las nubes, de un gris tan acerado como el frío.
   En un punto del paisaje, parece concentrarse una humareda. Pero eso es solo si la vemos de lejos. A medida que nos acercamos, ya nos vamos haciendo a la idea de que tiene la consistencia de la bruma, y no entendemos que se concentre en tan poco espacio, rodeado de un entorno despejado.
   Pero estamos en el país de nunca jamás, donde hasta es posible que el agua hierva sin que nadie la ponga al fuego, que es lo que sucede delante de nuestros ojos. Burbujean los manantiales,  recién salidos de la tierra, a una temperatura que alcanza los 100º.
   Seguimos a pie estrechos cauces por los que fluye, prado adelante. Despide un vapor tan espeso como la niebla más cerrada, y nos perdemos unos de otros en ella, por más que nos juntemos.   
   Huele parecido a azufre, ligeramente a huevos podridos, como cuando nos duchamos o abrimos el grifo del agua caliente, que proviene de lugares como este, y mucho más a lo grande, de donde la obtienen, para conducirla durante kilómetros hasta las ciudades, con el auxilio de tuberías. Un servicio que presta gratuitamente el subsuelo y que los islandeses aprovechan, como podríamos hacer nosotros con el sol de España.
   Acabamos de conocer la central geotérmica Deildartunguhver, que es mucho más pequeña que su nombre y que, no contenta con producir energía, cultiva, en un invernadero anejo, tomates. Los venden mediante un procedimiento de dudoso resultado en otras latitudes, o sea, sin vendedor. Están expuestos en un cajón, al abrigo de inclemencias, y al lado hay un buzón para depositar honradamente el dinero que cuestan. No compramos, pero quizá debimos, tenían muy buena pinta.

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