miércoles, 14 de agosto de 2013

DIMMUBORGIR, UN PAISAJE  DISLOCADO (ISLANDIA, 2)

Estamos en medio de un laberinto de lava negra.
   Un cataclismo de erupciones mayúsculas hubo de ocurrir hace milenios para que exista el espacio atormentado que pisamos. Lo revelan el color negruzco del guijo bajo nuestros pies, que es el mismo que el de los peñascos que nos rodean, y las formas de esos canchos, como salidas de una tortura. Parece que la tierra pidiera auxilio.
   Hay cavernas que, más que ofrecernos refugio, anuncian la morada de algún ser infernal. Quizás no en vano se atribuyera en tiempos pretéritos a Dimmuborgir ser punto de enlace entre el mundo y el submundo. Y es que hay leyendas que, aunque no sean verdaderas, merecerían que se les otorgase una cierta credibilidad
   Se tuercen y se retuercen las rocas, como en un grito telúrico. Sus aristas hieren las pupilas, que, miren a donde miren, siempre acaban por tropezarse en ellas.
   Sentimos que una vigilancia inquietante se cierne sobre nosotros. Ojos huecos dibujados en la lava nos observan desde sus cuencas vacías, que son del color gris que hay hoy en el cielo.
   En derredor, se extienden campos que duran kilómetros, donde la hierba ha sido sustituida por la oscuridad del magma, y todo es desolación. Tanta, que extraña no ver aparecer de pronto el Curiosity de la NASA explorando estos parajes.

   A DENDA. No lejos de este lugar carbonizado habita, sin embargo, la vida. Un lago de inusuales proporciones la cobija. La misma hecatombe que produjo Dimmuborgir  modeló a Myvatn, que así le llaman. Es un verdadero mar interior, que abraza montes y alberga cisnes trinadores, y no se deja abarcar por otra mirada que no sea la de las oscuras cumbres volcánicas que lo rodean, lejanas y sobrecogedoras.

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