viernes, 9 de agosto de 2013

PUDIN DE ARROZ BLANCO

Hacía tanto calor que decir que era de justicia sería desmerecerlo. El agua del motor borbotaba como si reclamase un mayor auxilio del ventilador. Este ponía todo de su parte, sin darse un instante de tregua. Estábamos en carretera y, más que circular, navegábamos encima de asfalto fundido, como sobre  un río hirviente de chapapote.
   Agosto y Jaén componían el peor momento y escenario posibles para una metedura de pata como la que, específicamente yo, iba a cometer cuando, llegada la hora del almuerzo, aparcamos el coche delante de una venta orillada a la derecha del camino.
   En la carta que nos mostró un solícito camarero decía judías con perdiz, y me pareció una buena elección. Pese a haber estudiado filología, no caí en la cuenta de que, fuera de Asturias, judías, a secas, sin el añadido del adjetivo, no son judías verdes, como sí sucede, en cambio, en tierra de Pelayo. Incluso cuando me vi ante un platazo humeante de alubias pensé que el error había sido de quien me había tomado nota y no mío.
   Creo que en ese mismo instante empecé a soñar un recuerdo que me asalta puntualmente cada verano, el del pudin frío de arroz blanco, invención debida a mi madre que no podríais degustar en ningún restaurante, si no es en el que cada uno tenéis en vuestra casa, pues a partir de ahora sabréis cómo se cocina. Mirad si es apetecible para días de calor, y qué fácil de preparar.
   Supongo que sabréis hacer el arroz, procurad que no se os pase. Disponed en una bandeja una capa como de un centímetro de grosor y mejor si adopta forma de un círculo, cuyo diámetro dependerá, por fuerza, del número de comensales o de cuanto sea su afán por engullir. Encima, colocad una tortilla francesa extendida, como si fuera una filloa (frisuelo en bable, crep en Francia o, como galicismo, en español), recubierta a su vez con tomate frito. Luego vendrá otra lámina de arroz y, sucesivamente, dos estratos más, estos de bonito desmigado y mayonesa. Reaparecerá a continuación el arroz y, ya como colofón, el conjunto se tintará de amarillo, con un nuevo toque de mayonesa, salsa en la que no encuentro motivo para escatimar.
   Servidlo bien frío, que, además de dar gusto al paladar, os refrescará la boca. Saborearlo os reconciliará con el estío, por asfixiante que sea. Sobre todo si os acordáis de mí comiendo habas con perdiz en agosto y en Jaén. 

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