lunes, 26 de septiembre de 2016

POR EE UU (10): EN LAS VEGAS STRIP

Como si no aceptase la llegada de la noche y la ninguneara, profusamente se ilumina la calle más renombrada de Las Vegas. Las luces de monumentales hoteles-casino y de centros comerciales se confabulan con las de anuncios y farolas, o las de faros de  automóviles de discurrir fugaz, pero continuo. Y al tiempo que la oscuridad se disuelve, se llena de colores. El arco iris parece haberse fragmentado en mil pedazos que flotasen en el aire y lo tiñesen con sus brillos, que van del amarillo al morado, o que enrojecen, o son verdes. Blanquecinos de neón, también.
   Un bulevar donde crecen palmeras es mediana entre los carriles de uno y otro sentido y me distrae la mirada. Bendigo el atasco que, por unos momentos, impide que se mueva nuestro minibús. Sigo con los ojos a un séquito variopinto, cuyos pies, más que andar, danzan, como guiados por una música inaudible o hecha sólo de sus risas, porque a la vista está que exudan alegría y buen humor. Algunas muchachas, que visten de rojo, son las damas de la novia, que, de blanco, encabeza, del brazo de su pareja, la comitiva. Deben de ir a casarse, o quizás es de la vicaría de donde vienen de oficializar su compromiso. Es una estampa común en esta avenida de Las Vegas Strip. Tras las aceras, entre tanta geometría mastodóntica, de torres esbeltas o construcciones compactas, destacan, precisamente por su menudencia, dispersas a lo largo de cinco kilómetros, un sinfín de capillas.
   Ante los ministros al cargo, acuden a matrimoniar a esos minúsculos templos gentes de medio mundo. Únicamente con satisfacer los arbitrios en el organismo oficial correspondiente basta para que los esponsales se efectúen. Con la ventaja de que la ceremonia no resultará tediosa, pues en cuestión de minutos se oficia e incluso, si tal es su deseo, sin que los contrayentes salgan de la limusina. Y, si les va la marcha, hasta pueden solicitar que sea un sucedáneo de Elvis Presley quien les pida el sí quiero.
   Ayer llegamos a Las Vegas y mañana nos marchamos. Paradojas que acechan al viajero, no será hasta ahora, casi finalizada nuestra estancia, a punto de decir adiós, cuando nos hacemos la foto ante el famoso cartel que, donde se acaba la calle, nos da la bienvenida a la ciudad con estas palabras:
Welcome
 to fabolous
Las Vegas
Nevada
   Todavía nos queda Fremont St, donde la calzada se transforma en paseo, que ocupa una muchedumbre andante. Una bóveda interminable usurpa su lugar al cielo. Presumen de la pantalla más grande del mundo, y debe de ser verdad, porque abarca la vía que, peatonalizada, se vuelve galería. Más de una tortícolis ha tenido que originarse aquí, por atender a las representaciones de luz y sonido que se proyectan en la curvatura de su superficie. Y aún, como para evitar que bajemos los ojos a tierra, de vez en cuando, nos sobrevuelan, con los brazos extendidos como alas de pájaros sin plumas, cuatro personas, que en cada ocasión son distintas. Forman parte del espectáculo, sin estar a sueldo, ni esperar propina. Sus gritos y sus mochilas los identifican: se trata de turistas que buscan en el aire una descarga de adrenalina.

1 comentario:

  1. El Strip de Las Vegas es de las cosas más alucinantes que he visto en mi vida. No sé si me causa más atracción o más rechazo. Es una mezcla de ambos, pero de algo estoy segura: aunque es un agobio, aunque deseas que te saque de allí Superman volando, merece la pena conocerlo y pasear por él de noche.
    Un abrazo.

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